Isabel eligió quedarse en la sombra de su pasado, «aferrarse a sus pensamientos como una prisionera que, aun con la puerta abierta, no cruza el umbral».
Por Ehab Soltan
Hoylunes– Isabel me enseñó cosas que nunca había pensado; «me hizo creer en cuentos de hadas imposibles, en reinas y princesas que descienden de sus tronos para amar a los mortales».
Ella, con sus ojos que encierran misterios y su piel que parece un poema escrito con el tacto, «con su feminidad que desafía y su risa que se pierde en la brisa», me hizo soñar con lo imposible.
«Pero la hija del rey nunca llega».
Y cuanto más me acerco a ella, más la distancia me aleja.
Cada vez que intento tocar su alma, tropiezo con su miedo.
Cada vez que abro mi corazón, ella cierra el suyo.
«Isabel tiene terror a compartir la belleza de sus sentimientos, a entregarse sin reservas».
«Su miedo a vivir me destruye». Y por eso, al final, «su decisión de irse no fue mía, sino suya». No porque yo no la amara lo suficiente, sino porque «ella no pudo enfrentarse a su propia historia».
Isabel eligió quedarse en la sombra de su pasado, «aferrarse a sus pensamientos como una prisionera que, aun con la puerta abierta, no cruza el umbral». Fue abandonada, traicionada, marcada por los errores de quienes vinieron antes de mí.
«Yo no fui su opresor, pero tampoco pude ser su libertador».
¿Qué amor es este, que me deja vacío, dividido, partido en dos?
«Un amor que no se despide».
Un amor que deja mil conversaciones sin terminar, que siembra soledad en mi alma y huye sin decir a dónde. Un amor que me deja con ganas de amar, pero sin fuerzas para intentarlo de nuevo.
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